
Amanecer del 5 de abril de 2015 en el que se pudieron observar lobos en la Sierra de la Culebra.
La luz, henchida, atrapa etéreas brumas, y el tiempo transita impertérrito en tierras primigenias. Donde ocultas quedan las formas, solo el supuesto palpita en eterno equilibrio. Entre sombras, el escrutinio depredador danza en sincronizada jauría; el reto ya no es sobrevivir, sino desafiar al miedo, ese que libera a la presa. La umbela morada del brezo se desprende al roce de distinto pelo y, cruje al alba el leñoso porte que sucumbe a la huella. Del acecho, quien se encarga, abate a pulmón y colmillo, y la astucia, urde la estrategia. La dimensión de quien captura, la alianza, y la salvación del acechado, la huida vigorosa. Nada escapa a la implacable armonía, aquella forjada en barro y sangre, bañada en sol y lluvia, nacida entre materia y energía…
Qué hermosa esa niebla hundida en el valle como una cama de plumas. Al principio la creímos enemiga y resultó ser una aliada, abriéndose justo por el lado por el que debíamos mirar, como diciendo: «aquí, aquí debéis posar vuestros ojos». Y como esas conjunciones de la naturaleza nunca fallan, allí vimos ese magnífico ejemplar de lobo que se desplazaba por el camino como si no lo pisara. Ya jamás borraré esa imagen de mi memoria visual, pero tampoco olvidaré la compañía, las conversaciones; lo que aprendimos sobre tan bello animal y el que no rehusarais hablar también de lo malo. El compromiso y la pasión que tenéis por lo que hacéis se nota en cada palabra y en cada gesto. Gracias por una mañana increible
Amigos, gracias por vuestras palabras, desde luego sirven de colofón a nuestro texto y a la experiencia vivida aquel día. Donde el lobo está presente, la magia se encarna en él. ¡Abrazos!